¿Qué debemos hacer?
Millones de toneladas de desechos tecnológicos, conocidos también como e-basura, se generan cada año en el mundo, sin que los gobiernos, fabricantes o usuarios tengan idea de qué hacer con ellos. El futuro ya nos alcanzó, sin que estemos preparados para subirnos al tren de la tecnología, y sin saber qué hacer con sus desperdicios, que crecen a un ritmo acelerado.
Sin duda, la cultura de los productos no retornables acentúa este inconveniente, porque componentes de los innumerables aparatos electrónicos que se venden en el mercado no se pueden reciclar.
A diferencia de otras industrias, donde la contaminación ocurre durante el proceso de fabricación, en la de las tecnologías de la información, el principal producto nocivo es el artículo final en desuso. Una sola batería de cadmio, basta para alterar 600 litros de agua.
Sin embargo, como toda basura, la tecnológica (línea blanca: refrigeradores, hornos y lavadoras; línea marrón: televisores, videos, grabadoras y equipos de música, y línea gris: computadoras y celulares, entre otros) tiene un potencial económico, porque es comercializable.
Se debe aplicar a estos desechos el tratamiento de las “Tres R”, que consiste en reducir al máximo la producción; reutilizarlos, darles otro uso o encontrar a quien pueda dárselo, y reciclarlos o depositarlos en un punto limpio.
De un teléfono celular, por ejemplo, cuya esperanza de vida útil es de dos años, en promedio, puede aprovecharse 90 por ciento de sus componentes, como la carcaza, la pantalla LCD, las piezas eléctricas, el cargador y la antena.
Si bien el consumidor tiene la responsabilidad de deshacerse de manera apropiada de la chatarra tecnológica, las empresas fabricantes deben facilitarle el proceso y garantizar que los residuos tengan un final adecuado.
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